La fuerza de las películas de Oliver Assayas, uno de los directores más prestigiosos del cine francés contemporáneo, reside en su singularidad. Hay que saborearlas una a una, sin prisa y con fruición, para disfrutar de su magnificencia.
La actriz Juliette Binoche se dio a conocer en un largometraje escrito por Téchiné y Assayas, Les rendez-vous (1984), y no volvió a trabajar con Assayas hasta L’heure d’été (2007), ya con una exitosa carrera a sus espaldas. Fue entonces cuando ella le sugirió realizar esta película. Como ha reconocido el propio director, Viaje a Sils Maria “no es una película con Binoche, si no sobre ella”; el relato intimista, sin embargo, es punto de partida para una de sus más logradas reflexiones sobre el mundo del cine, el relevo cultural y generacional, y el paso del tiempo.
A una puesta en escena audaz y ambiciosa, por sus múltiples capas, correspondencias, referencias e intertextualidades, que se integran a la perfección en el armonioso conjunto, deslizándose ante los ojos del espectador con la fluidez extraordinaria de un clásico, hay que sumar el talento de las actrices protagonistas que, tentándose y humillándose, insuflan de vida al film. El juego especular más interesante, en la línea del vampirismo anímico de Persona, tiene lugar entre la actriz cincuagenaria, María Enders (Binoche), y su asistente personal de apenas treinta años, Valentine (Kirsten Stewart), por el magnetismo entre ambas.
Aisladas en una casa en los Alpes, María prepara con ayuda de Valentine el papel que ha aceptado a regañadientes en una obra de teatro, donde ya no interpreta a la jovencita seductora y déspota que la llevó al estrellato treinta años atrás, sino a la mujer mayor despreciada y humillada. Paralelamente, empieza a experimentar por ella una mezcla tortuosa de atracción y dependencia: Valentine representa a un nuevo público –adicto al móvil, las redes sociales y la ciencia-ficción- al que a María le gustaría seguir impresionando pero del que se siente muy distanciada. Completa el triángulo la actriz mediática de diecinueve años, escogida para dar la réplica a María en la obra de teatro, como la manipuladora Jo-Ann Ellis (Chloë Grace Moretz), y a quien Valentine admira por su frescura y espontaneidad, privilegios de la juventud, a los cuales, según la asistente, una actriz consagrada debe renunciar. A lo que ésta responde: “Así que se me permite no ser vieja sólo si no quiero ser joven”. Realidad y ficción se reflejan en sus propias máscaras; cine, teatro y vida se funden, como las nubes en la serpiente de Maloja, ese misterioso fenómeno atmosférico que inspiró a Nietzsche su teoría del eterno retorno.
Tan compleja como sutil, acaso la mejor película de Assayas hasta el momento, Viaje a Sils Maria es, como su plano final, una apología de la belleza atemporal.
Silvia Rins, Todos los estrenos, 2015.
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