Y
no pretendo en absoluto agotar el tema:
Don
Juan retirado, sesenta y dos años, experto:
—“¿Sexo?
¡qué
lejano ahora y qué poco mítico entonces!
Pasión
de adolescente que no tiene salida
más
que en sudores y orificios
y
cuya piadosa trampa es igualmente un sacrificio”.
Maruja resignada,
cuarenta y seis años, abúlica:
— “¿Sexo?
¡cuántos
intentos de no sentirse abandonada!
De
conseguir que te recuerden que estás viva
a
base de introducciones y de hijos
y
te declaren finalmente la impotencia del deseo”.
Bisexual
mística, veintisiete años, idealista:
— “¿Sexo?
¡la
forma más feliz de unir las almas!
Venciendo
las diferencias insalvables
penetrándolas
con el índice hasta el fondo
para
que ella y él sientan lo mismo que yo siento”.
Adolescente
agresivo, dieciocho años, ansioso:
— “¿Sexo?
¡Follar,
follar, follar a contrapelo!
Desafiar
toda consecuencia, todo precepto.
Escurrirme
por la hendidura secreta
a
la que usurpar la inocencia del cuerpo”.
Misántropo,
treinta y tres años, indiferente:
— “¿Sexo?
Una
pulsión manifestada con el mínimo retoque
cuando
sube la presión del ambiente
y
se te ocurre que la solución y no la muerte
está
debajo de la carne”.
La
lista podría alargarse unas páginas más:
recién
nacido, dos meses y medio, mudo;
intelectual,
crisis de los cuarenta, vacilante;
virgen,
quince años, cándida;
cornudo
respetable, cincuentón, despreocupado;
misógino
homosexual, setenta años, intolerante;
prostituta
perfeccionista, veintinueve años, harta;
y
cada definición, hasta llegar a la nuestra,
seguiría
dándonos en las narices
con
su impecable lógica.
— “¿Sexo?”
— ¡Sexo!
Silvia Rins, Apología de las sombras, Devenir, Madrid, 2016