La seducción, Sofía Coppola

La Seducción de Sofia Coppola ha despertado en mí opiniones encontradas. Cuando nos hallamos frente a un remake las comparaciones son odiosas y resulta inevitable recordar la original de Don Siegel rodada en los años setenta, provocadora, morbosa, oscura. No obstante, el punto de vista por el cual optan es muy diferente. La directora es una experta, no sólo en plasmar el mundo femenino en la pantalla, si no en representar al hombre visto por las mujeres.



Hasta el último detalle de la decoración y el vestuario recrean la atmósfera de un lugar aislado, único, bello con un toque tenebroso, perdido en medio del bosque, como las casas de las brujas de los cuentos: una residencia sureña para señoritas que, en plena guerra de Secesión, se mantiene al margen del conflicto que desangra al país. La llegada de un soldado del norte al que curan sus heridas se convertirá en un elemento perturbador al provocar rivalidades y enfrentamientos entre profesoras y pupilas. Se trata de una película visualmente muy trabajada, que cuida al máximo la estética. La fotografía de Philippe Le Sourd nos hace sentir ante un cuadro de Hammershoi donde Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning otorgan movimiento al escenario. Hay momentos corales memorables como el concierto improvisado en el cuarto de música o la primera cena de gala. Sin embargo, bien debido a una estructura formal que coquetea con el ejercicio de estilo, bien a la distancia irónica y ambigua con que la realizadora contempla a sus personajes, no acabamos de empatizar con su tragedia, y el final adolece de cierta precipitación y concisa frialdad. 




Coppola privilegia mostrar el instinto de protección del gineceo ante la agresividad amenazante del macho intruso: la venganza de las hembras. En la versión de Siegel, Clint Eastwood era retratado como un ser brutal y perverso, mientras que aquí Colin Farrell, cortés, confiado, fácilmente manipulable, incapaz de controlar sus deseos sexuales primarios en estado de ebriedad, dista de ser un depredador sexual. Él es la presa, no las féminas, que lo tientan con sus diversos encantos. Pero como las hermanas de Las vírgenes suicidas, las sirenas sureñas también son prisioneras del mundo hermético, claustrofóbico, impenetrable que al mismo tiempo las protege y reprime. Víctimas de un hechizo del cual no las despertará ningún príncipe con un beso. La mejor metáfora del film se da en clave naturalista: una inmensa tela de araña donde una mosca ha quedado atrapada.

Silvia Rins, Todos los Estrenos 2017

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